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lunes, 13 de junio de 2011

Estrategias de cambio: Lo público y lo privado

Del rojo hemos pasado al azul multiplicado. Aún estamos reaccionando todos y en medio de ese "caos organizado" que son la elecciones y las tomas de poder, la cultura sigue flotando algo a la deriva con tanto recorte presupuestario. No hay que asustarse.  Aunque no lleguemos a ser nunca un embrión del modelo anglosajón de gestión de salas de arte, museos y teatros, etc, hay que ver el cambio de color también como una oportunidad, como un respiro entre tanta subvención superflua que más bien aturdía la imaginación y la consolidación de nuevos productos culturales.


Evidentemente muchas disciplinas -entre las que cito al arte emergente y le doy prioridad sobre la ópera- necesitan aún de un gesto compensatorio que equilibre las cuentas a las que no llegan sus exiguos públicos. Pero la compensación ahora tendrá que ser más valorada, evaluada y analizada. Hay menos fondos para las mismas instituciones, equipamientos y espacios, llámense museos, centros de arte, salas, teatros, sedes de eventos, etc. Quedarán, por lo tanto, menos espacios ocupados mediante políticas culturales oportunistas.  


En este escenario, hay dos dimensiones que se han desarrollado de forma paralela y que terminan de configurar nuevas oportunidades para la gestión privada de espacios culturales: una es que los gestores culturales proliferan a golpe de masters homologados. La otra es que el dinero público dejará de fluir hacia un conjunto importante de espacios que hasta el momento o eran gratuitos o simplemente permanecían subvencionados.



Es simplista pensar que todo ocurrirá de golpe pero, desde luego, se aprecia una tendencia clara hacia la cesión de espacios públicos a través de una gestión privada que perpetúe con solvencia sus usos y servicios sin detrimento de los programas sociales, culturales o de cualquier otra naturaleza.  


Ante la pregunta de lo que hará el nuevo órgano de gobierno en una comunidad o en un pequeño ayuntamiento lo más importante no es qué ni quiénes cambiarán, sino cómo definirán la gestión de los espacios de usos culturales y sociales para que estos sean sostenibles en un contexto económicamente difícil e inestable.  


Llegados a este punto, la respuesta debe ser contundente: El sistema presupuestario no es capaz de soportar los miles de museos y cientos de salas y centros destinados a la creación artística existentes en España. En los territorios donde la planificación estratégica ha sido o es un hecho atribuido a las buenas prácticas y a políticas culturales coherentes, es posible imaginar un futuro menos cambiante y traumático al respecto. Algo más difícil lo tendrán aquellos cuyo desgaste pasa por la instrumentalización de la cultura -entendida como concepto transversal de todos los procesos sociales-.


En lo adelante, para hacer frente a los eventos, encuentros, festivales y a la cultura popular cotidiana (esa que hace más fuerte y otorga mayor visibilidad a cualquier ciudad, pueblo o destino) hay que desplegar el manual del buen economista, esforzarse, formular ideas "vendibles", encontrar patrocinios, colaboración, intercambiar servicios, crear producto y generar interés. 


Lo público y lo privado pueden converger de manera natural, evidentemente con un mecanismo de control público que haga transparente la gestión ante ambos ámbitos. La gestión privada de cualquier espacio público no está reñida con el buen hacer, ni constituye una privatización, sino una contribución al dinamismo que cualquier espacio abierto requiere para satisfacer a sus usuarios y visitantes: Los ciudadanos, en definitiva.



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